Las
historias narran más allá que una serie de acontecimientos, emociones. Pueden
ser cortas o largas, felices o tristes, reales o imaginarias. En forma de
canción o plasmadas en un libro, narradas en la calle o vía telefónica, propias
o ajenas. Pero finalmente representan una porción de la vida misma. Para mi
existen dos tipos de estas historias que no nacieron para ser contadas. Las que
no se viven y por lo tanto no nacen y las que se viven, pero no se cuentan. Y
no me refiero a las historias inventadas por un escritor, sino a las historias
de vida.
Si hay algo
que la vida me ha enseñado es a no esperar nada de nadie. Esto puede sonar muy
radical, pero es que tras varias no muy gratas experiencias, opte por no construir
expectativas ya que después la caída es muy dolorosa. Más que estar a la
defensiva en el aspecto emocional, soy cautelosa. Cuando siento que piso terrenos
peligrosos no lo pienso y me alejo hacia tierra firme. Una idea invade mi mente,
la película de mis recuerdos corre y me detengo a observar las escenas más
amargas y mi alma reacciona. Es cuando recurro a una frase muy mía, como si al
decirla comenzara un proceso informático de alerta. “Hay historias que no
nacieron para ser contadas”, esta frase tan simple involucra; a la vida, al
destino, a la casualidad y también a la causalidad. Es un freno irrefutable pero
también una salida. Alguien me dijo alguna vez: ¡no la cuentes, vívela! Pero la
idea es precisamente esa, no vivirla, para no contarla. Vaya, es algo más que
un texto, que rayaría en verso. Es alejarme cuando la situación no va a llegar
a nada, y eso resulte incongruente con mi primer punto de no esperar nada de
nadie, pero más vale tomar esa postura en casos que terminaran lastimándome.
Por otro
lado existen esas historias que se viven, pero que no se cuentan. Que se
ocultan, que pretendemos olvidar, que se guardan, que se anidan en lo más recóndito
de nuestro ser. Que por muchas razones no contamos, ya sea que son dolorosas o
nos de vergüenza contarlas. Se sufren en silencio, se reviven siempre, pero se
callan todo el tiempo. No son historias que se expongan en una comida familiar,
ante las amistades o en áreas socialmente aceptadas. Por lo regular quedan en
el ámbito de lo privado. Se cuentan al mejor amigo, al psicólogo, al sacerdote.
Algunas historias se narran con gran valentía, ante un juez, una sesión grupal,
un familiar muy cercano. Pero siempre con la reserva del “secreto”. Si alguna
vez llegan a salir a la luz, puede ser algo muy doloroso o vergonzoso. Y más
cuando la gente le agrega situaciones que no son. Cuando lo privado se vuelve
público. Cuando las historias se cuentan, cuando las historias no debieron ser.
Esas historias
sin embargo viven ya sea en la posibilidad de ser y se detienen. O en guardadas
en el pasado, ocultas. Sólo que lo que no se vive y se añora también tiene su
pedazo de historia. Y lo que se guarda tarde que temprano sale a la luz.